sábado, 29 de marzo de 2008

El último Tren



Amigos, hay veces que hacemos las cosas sin pensar y hay veces que las consecuencias son inevitables.

Yo me río de aquellos que hablan siempre con metáforas y dicen cosas como “como no hagas algo vas a perder tu tren”. Pues si alguien no me lo hubiera dicho dos minutos antes de cogerlo, las cosas en mi vida hubieran seguido la misma trayectoria solo que con 5 euros más en el bolsillo y con menos sentimiento de estafa.

Porque cuando llueve tenemos la necesidad de hacer cosas que eviten que nuestro cuerpo parezca la piscina olímpica del barrio y buscamos techos donde refugiarnos, esta historia tuvo su lugar.

Estábamos de vacaciones, acabábamos de comer, el paseo por Peñíscola era inviable y aquel trenecito tenía los suficientes colores, campanitas y plásticos impermeables para actuar como imanes a la hora de tomar la decisión: ¿Nos subimos?, ¡Vale!

Corrimos hacia el último asiento y nos tocó ir de espaldas, es lo que tiene llegar el último, aquella aventura se nos antojaba divertida y el tren empezó a caminar. Pero la velocidad no acompañaba al entretenimiento, bueno, porque iba cuesta arriba y no se podía correr más. ¡Y por fin una cuesta! Bien, voy a soltar mis manos de la barra a modo Parque de Atracciones. Pero… poco duró la felicidad, la cuesta abajo asustaba al conductor, temía el exceso de velocidad, el choque de vagones y que la tropa turística se emocionara demasiado, así que lentamente como mi medio de transporte, volví a agarrarme a la barra. Me sentí en un parque de atracciones sí, pero más en el tren ese lento infantil en el que una bruja te pega escobazos y luego te dan un globo, paradojas de la vida incuestionables.

Visto que no iba a disfrutar de un trayecto veloz intenté recrearme en los bellos parajes de Peñíscola pero…. ¡oye! ¿Hacia dónde va este tren? ¡El centro histórico está por el otro lado! Menudo timo, es como si coges el Turibús de Madrid y en vez de llevarte por el Palacio Real o a ver las Cibeles te lleva a ver Paracuellos, las Barranquillas o ese edificio de ventanas pequeñas del barrio de la Elipa que me tiene siempre tan intrigada.

Entre casa de verano y casa en obras por fin aquello parecía tener sentido, una voz femenina se dispuso a contarnos la historia de aquel pueblo costero… bien, todos callados que lo van a contar… Peñíscola, el Papa Luna… un sacerdote asesino…esto se pone interesante y…¡fin! Esperemos que les haya gustado. Mucho, la mejor parte en la que nos ha adelantado el niño de ocho años con el patinete.

Nunca he tenido tantas ganas de bajarme de un tren como del TreneT, chicos, si vais a Peñíscola y llueve, nada de medios de transporte, la opción segura, sin duda alguna, el Karaoke.

1 comentario:

beizabel dijo...

jajaja, Peñíscola ya me parece suficientemente hortera de bolera sin trenecito, con trenecito ya es la monda. Si vuelvo por allí no me lo pierdo. Espero que por lo menos no te mojaras mucho.
No consigo convencer a mis amigos para ir al karaoke...