
Me fui al baño, miré mi vestuario de arriba abajo y me di cuenta de que, oye, de hortera nada, iba perfectamente combinada en la escala pantone de grises. ¡Horror! Así no puedo ir a la bolera. Tras el ataque de pánico recapacité, ya que por muy mona que fuese, aquellos zapatos boleriles iban a hacer que los grises de mis atuendos pasaran al segundo plano haciéndose así los protagonistas del modelito de turno. Miedo me daba.
Y allí que llegamos, que emoción, la bolera me esperaba y con ella un sorpresón. ¿Quién pululaba por aquellas inmediaciones? Uno, dos y tres, venga lo digo ya….¡¡Paquirrín!! ¡Qué hortera!! Jaja, pero no os asustéis que no estaba jugando a los bolos, simplemente hablaba por teléfono. ¿Estaría pagando a algún mafioso para encargarle el sorprendente fin del tomate? Qué intriga.
Probablemente no jugó porque le pasó lo mismo que a mí misma. Fue llegar a la bolera, con aquel bacalao chundachero y estridente (por no ser casina y decir hortera), buscar es stand de “enciéndeme la pista 4” y encontrarse una cola de no te menees. Que sí, que aquello era como la charcutería, que te daban un número para esperar turno.
Veinte números por delante de nosotros, no podía ser. No estábamos dispuestos a hacer cola, es algo muy aburrido por mucho Paquirrín pa arriba, Paquirrín pa abajo que te encuentres. Que no, que no, que no jugamos.
Pero no practicar el deporte “cachorro” y bolero no quitó para escanear la situación, que no era para pasar desapercibida. Es como en los Karaokes que tú, pues vas a hacer el tonto mientras hay gente canta dignamente bien. Pues los bolos…más o menos, la gente hace posturitas y todo y…¡venga a caer bolos! ¿Qué van horteras? Algunos sí, y algunos…algunos no comento, pero oye, es que el calzado no favorece.
Por ahora paso de la bolera, no vaya a ser que le coja el gustillo y acabe echando torneos los domingos con Paquirrín. ¡Lástima que no nos pudiera grabar el Tomate!